
Una de las definiciones de la música más profundamente bellas que conozco pertenece al gran pianista y compositor italiano Ferruccio Busoni: "la música es el aire sonoro".
Lo más maravilloso del "aire sonoro" es todo lo que las moléculas de aire son capaces de transmitir, porque todas las sensaciones, emociones, pensamientos y estados de ánimo que nos despierta la música de alguna manera "viajan" o se van trasladando de molécula en molécula hasta llegar a nuestros oídos (y nuestros cuerpos).
En experimentos realizados con dispositivos electrónicos, se ha descubierto que el sonido se propaga en forma similar a las ondas en la superficie del agua: vemos las ondas "moverse" y alejarse, pero en realidad el agua está siempre en el mismo lugar, comunicando la onda de una molécula a otra.
De la misma manera, las moléculas del aire no se desplazan de su lugar: sólo friccionan entre sí por la vibración causada desde la fuente sonora. En una suerte de maravillosa danza de alta frecuencia, cada molécula es excitada y a su vez excita a otras moléculas, llevando el sonido hacia todos lados como un globo en constante expansión.
El sonido es, en realidad, el resultado de esta fricción a nivel molecular.
La forma en que el aire "danza" estimulado por la música tiene que ser de naturaleza mucho más elevada, de propiedades casi místicas, en comparación con un ruido o un sonido no musical.
Hace un tiempo puse unas flores en un estante de la biblioteca que tengo junto al piano y observé un fenómeno que me hizo reflexionar sobre el "aire sonoro".
Habrán visto ustedes que en un florero, separadas de la tierra o del tallo que las mantiene vivas, las flores rara vez viven más de uno o dos días.
Sin embargo, más de una semana después de estar ubicadas al lado de mi piano, las coloridas flores seguían tan vivas y sus colores tan intensos como el primer día.
Que las flores y las plantas son extremadamente sensibles a las ondas sonoras ya es algo muy sabido, pero que unas flores separadas de sus raíces empezaran a marchitarse recién después de ocho días... creo que es lo suficientemente interesante como para que valga la pena una reflexión...
Tocando el piano varias horas por día, con más de 200 cuerdas vibrando en infinidad de complejas y armoniosas combinaciones...
¡Qué intensamente deben vibrar y danzar las moléculas del aire de la sala!
No es de extrañar que esas flores hayan "vivido" tantos días...
Y quizás podríamos ir aún más allá.
Después de haber vibrado tan maravillosamente gracias al estímulo de la música, ¿puede el aire ser el mismo?
¿Y las partículas de agua en el aire...? Si hasta se ha demostrado que la energía del pensamiento purifica y embellece las moléculas de agua, imaginemos esas moléculas en una danza perfecta con las moléculas del aire...
De pronto empiezo a pensar que la música también tiene el poder de "sanar" el aire, de mejorarlo de alguna manera...
El aire no puede ser el mismo después de haber sido acariciado por los bellos sonidos de la Pastoral de Beethoven, el Ave María de Schubert, una zamba del Cuchi Leguizamón o el West End Blues de Louis Armstrong.
Una belleza de artículo, Manuel. No dudo la vida que da la música a las flores debido a la maravillosa recepción que ellas tienen.
ResponderEliminarMuy linda foto, también
Saludos.
Hola, Carmen!
ResponderEliminarQué alegría leer tu comentario...
Alguien dijo alguna vez que las flores son la más bella expresión de la divinidad en la tierra...
Totalmente de acuerdo, Manuel.
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